La situación en el aula pone en juego la acción coordinada, la complicación de los procedimientos supeditados los unos a los otros, desplazando en todas partes a la acción independiente de los individuos por el intercambio y el vínculo con los otros. Al decir acción coordinada digo organización. Ahora bien, ¿es posible una organización sin autoridad?
A mi entender la respuesta es negativa. No es posible organizarse sin que surja una autoridad. La misma se constituye a través de quien sugiere la solución a un problema planteado, también ante quien se hace responsable por la decisión y el camino tomado. Entonces la pregunta que se desprende es ¿quién debe encarnar esa autoridad?
Antes de responder esa pregunta considero pertinente aclarar que por autoridad, en el sentido en que se utiliza la palabra, quiere decir: imposición de la voluntad de uno sobre otro (puede ser en plural); autoridad supone, por lo tanto, subordinación.
Si uno se detiene a examinar las formas actuales de los vínculos en las escuelas se encuentra que predomina a simple vista la fragmentación dentro del grupo, la diferenciación y la individuación. Ante esto resurgen las expresiones, por parte de los adultos, acerca de la necesidad de intervenir para recuperar el vínculo entre los integrantes del grupo. Si es posible reconstituir el vínculo esto se debe fundamentalmente, a que se reconoce que uno no es sin el otro. Esto se evidencia en que se mantiene la acción combinada de los individuos, en este caso los estudiantes, debido a que “estamos tejidos a partir de los sentidos y significados de los otros (…) en ese sentido la idea de que yo puedo determinar el significado de mi propia vida es ilusoria”.1
La solución está al interior de la escuela y me parece que es loable buscar erigir a los propios protagonistas de ese espacio en sujetos. Sujetos que no pueden conformarse como tales sin la presencia del otro y sin el encuentro y la diferenciación con este último.
Sin embargo en la escuela, esta es mi consideración, el alumno no posee las suficientes garantías para conformarse como sujeto debido a que aparece como un espectador ante el mundo institucional que lo devora. Los programas curriculares, las sanciones, las normas de convivencia, los horarios, el curso o la división se imponen sobre los estudiantes. Se expresa así una concepción del poder basado en un supuesto saber. En síntesis la escuela se presenta como una institución que al día de hoy, con las nuevas tecnologías por un lado y con las escasas expectativas por el otro, solo aparece ante el adolescente como una carga.
Considerando que los alumnos no se constituyen como sujetos porque aparecen en un rol pasivo frente a la institución creo que la respuesta está, en parte, acá. Son los propios alumnos quienes deben involucrarse en su actividad creadora. Deben ser ellos mismos quienes puedan lograr un rol de autoridad frente a sus compañeros al haberse instituido en organismos que los representen. Deben buscarse los medios para que los alumnos puedan pensar el colegio en conjunto con los otros actores.
El adulto, docente / directivo, debe colaborar en la construcción de los espacios. Debe pensar al alumno no como individuo tendiente a “zafar” como si esa fuera su esencia. Sino empezar a ver un sujeto que en el debate de las prácticas de su vida, se constituye. Son los propios alumnos quienes sostienen cotidianamente el espacio áulico. El docente, a mi entender, debe buscar organizar las expresiones que surgen entre ellos, colaborar en encontrar formas de que puedan comunicarse lo que los conforma como individuos dentro de su grupo.
Creo que el docente (incluyendo a los equipos de dirección) debe repensar su rol. Dejando el lugar de un saber sin fisuras, para transformarse en un orientador y en un organizador de los posibles medios que los alumnos pueden presentar para la conformación de ese saber que, en ese momento en particular, se está trabajando.
La autoconciencia (conciencia de si mismo y de los otros) del alumno deviene solo si es posible que él se apropie de su actividad realizada y si su goce, en el descubrimiento, no se vuelve una desventura.
En definitiva, son los propios alumnos quienes conocen más a fondo sus problemas como grupo. Son los propios alumnos quienes identifican quién está siendo agredido constantemente, quién no hace la tarea de determinada materia. Son ellos quiénes pueden manifestar el problema porque lo conocen, lo viven, lo padecen. Debería ser parte de su tarea, entonces, resolverlo.
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1 Eagleton, T. “El sentido de la vida”, ed. Paidós, ed. 2008, cap. El eclipse del sentido, pág. 164
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